Hace cuatro años se llevó unos de los mayores atentados contra la clase trabajadora de este país. Nada menos que la Reforma Laboral de 2014. Los argumentos más repetidos para encubrir las consecuencias lesivas de esta reforma es el siguiente: “una reforma laboral no está para crear empleo, sino para regularlo”.
Nada más lejos.
No era este el argumento de los políticos del PP cuando pretendían aplicarla. Dijeron textualmente que esa reforma tenía por objeto ayudar a crear empleo. En las hemerotecas se pueden encontrar sus palabras (De Guindos, Montoro, etc.
Dicha reforma no solo no ha ayudado a crear empleo sino precisamente para destruirlo. Y, para más inri, destruir empleo de calidad a favor de empleos inestables y bajo condiciones muchísimo peores. La mayor parte de la juventud de este país sigue sin tener acceso al mercado laboral, están explotados cobrando un sueldo mísero por multitud de horas y esa precariedad les impide emanciparse, formar familias y labrarse un futuro
La reforma ha agudizado la dualidad existente entre el mercado de trabajo del sector privado y el público. En España hay dos mercados: uno enormemente desegularizado; el privado y otro, extremadamente sobreprotegido. No hace falta ser adivino para saber en cuál de ellos ha aumentado la precariedad laboral: en el privado. No se trata en ningún momento de rebajar los derechos del sector público, sino que se eleven los del privado.
Las reformas laborales de corte neoliberal nunca han funcionado en nuestro país. Ni lo van a hacer en un futuro. Antes de pensar en aplicar ese tipo de medidas económicas, es fundamental conocer la realidad española y su nefasta cultura empresarial.
En España, agilizar o abaratar el despido implica destruir puestos de trabajo. No crearlos. La cultura empresarial española es nefasta con mayúsculas. Tenemos la que probablemente sea la clase empresarial más nula, peor preparada, más corrupta y más incompetente de toda Europa occidental. El empresariado español típico (el llamado coloquialmente “empresaurio”) es muy ignorante y no se guía más que por la fórmula de ganar lo más con el menor coste posible y considerar al empleado como un coste más en la producción, no un activo. Tampoco cree en la cualificación (él mismo suele ser un palurdo poco cualificado: mucho pedir idiomas pero él no habla correctamente ni el suyo) y mucho hablar del libre mercado pero basa su éxito empresarial no en ser un fiera en los negocios, esforzarse o en saber de números sino en arrimarse lo más posible a la contratación por parte de la administración y al clientelismo político. Favorecerles en sus intenciones, como el despido libre (que ya existe) o el abaratamiento del mismo es la fórmula para el desastre.
El despido libre suele mostrar una relativa efectividad en sociedades y sectores concretos donde disponen de una buena estructura educativa y una elevada cultura empresarial y económica (podría mencionar a países como EE.UU. e Inglaterra, si me apuran), que la pueden aplicar como elemento de flexibilidad temporal durante ciclos económicos adversos como las crisis y después se eliminan volviendo a la situación anterior. Pero ha quedado demostrado que estas medidas no funciona en las demás sociedades: es decir, en gran parte del resto del mundo.
Estas reformas laborales promovidas por el Partido Popular estaban pensadas para beneficiar al empresariado aliado del gobierno del Partido Popular (y que no se caracteriza por tener precisamente una sana cultura empresarial). Esas leyes estaban diseñadas para despedir a trabajadores que a ellos les sobraban y poder hacerlo lo más fácilmente posible y con el menos coste posible.
Los efectos derivados de esta reforma han resultado de lo más perniciosos. Como por ejemplo, que haya descendido la recaudación para la Seguridad Social, que haya aumentado el número de personas acogidas a los sistemas de asistencia y que haya disminuido el poder adquisitivo general y en consecuencia, nuestro mercado interno sigue sin levantar cabeza. Porque las clases populares, al no disponer de ingresos, no compra, con lo cual, no se crean nuevas empresas ni nuevos trabajos.
Por tanto, a todos los imbéciles que votaron al PP en las últimas elecciones generales, les aplico la doctrina Andrea Fabra: os jodéis.